Si bien a todos nos ha tocado la contingencia mundial, de una u otra forma, podemos coincidir que hay un elemento común, lo difícil que se ha puesto poder compartir momentos de calidad con nuestras amistades y familia. Sin embargo, se ve una luz cada vez más fuerte al final del camino, y así fue este fin de semana. Un pequeño trip que antes podíamos considerar como «una vuelta a la esquina» agarró gran parte de esas ansias por disfrutar de una ola con los amigos y las cumplió, una ola chica, una ola sin mucha fuerza, pero una ola con los amigos.
Luego de haber compartido una noche simple, sin las facilidades que nos entregaba el mundo pre-pandemia, logramos interactuar frente a frente, volver a repetirnos las mismas historias y actualizarnos con las nuevas, servirnos un par de cervezas y coincidir en la necesidad de hacer algo más, aprovechando de llevar a un par de amigos a una hermosa playa que no visitamos hace tiempo. Así nació la idea, pusimos la hora, cargamos las tablas y nos escapamos rumbo al norte en un pequeño, pero necesitado viaje.
Una vez en el lugar, quien se encarga de cobrar el estacionamiento nos comenta que las condiciones son neutrales, un ser cada 5 minutos. Algo es algo decían nuestras miradas.
Dejamos nuestros vehículos estacionados, nos vestimos con nuestros ternos de goma y dejamos a aquell@s que no surfeaban, en una banqueta secreta, perfecta para la foto.
Nos ganamos en todo sentido, no estaba espectacular la ola, pero nos ganamos ese momento de volver a compartir, de volver a reír, de volver a tirar un recuerdo X mientras remabamos para acomodarnos a ese pequeño set que entraba.
Felices con la sesión, con un par de fotitos que lograron nuestr@s estimadicim@s acompañantes, tomamos rumbo de vuelta a nuestras casas.
«Y… ¿eso sería todo?» Nos preguntábamos, pues no, una segunda noche de interacción nos convenció en que todavía nos quedaba un panorama más, uno cercano, pero aún mas secreto, una playita que existe en el mapa de solo algunos, por lo menos hasta hace un par de años.
Nos tocaba un día de expedición nuevamente, así que decidimos almorzar y partir. Dejamos los autos estacionados, no hay pasada vehicular. Nos tocó caminar por un largo predio forestal, podíamos notar el silencio, solo los pies quebrando los restos de tala en el lugar, una especie de sentimientos encontrados entre una industria y un paisaje. En fin, avanzamos durante unos 30 minutos echando la talla como se dice. Y de repente llegamos a esta espectacular quebrada, no la pensamos y nos pusimos a bajar.
Poco a poco se podía ver la extensión de la playa, sin embargo no es hasta el momento en que hemos de cruzar por un túnel de malezas, que realmente podemos apreciar este pequeño secreto de la V región. Cavernas y nidos de Piqueros, una cuerda que algún aventurero dejó y que nos permitió asomarnos a ver el sujeto. Un sol único, la Flora y Fauna de la pachamama y la mamacocha en un solo punto. En este punto creo que las fotos podrían dar a entender nuestra posición en ese minuto.
Llego la noche, tomamos nuestra basura y emprendimos nuestro viaje de vuelta, los mismos 30 minutos de ida, ahora en la absoluta oscuridad de la noche, con una luna ínfima y estrellas fugaces como la única temática que nos apasionaba en ese minuto.
Sin lugar a dudas, un fin de semana que nos muestra que no tenemos que ir muy lejos para escapar de nuestro día a día, y que refuerza nuestra necesidad humana por compartir con los nuestros.
Fotos: Sergio Miranda, Chigusa Uchida, Javiera Uchida, Fernando Cataldo.